
Los paleontólogos colocaron al hombre de Broken Hill u hombre de Rhodesia que por ambos nombres se le conoce, en la estirpe filogenética humana, y le llamaron el Neanderthal africano. Pero estudiando el cráneo observaron dos cosas, una de ellas aparentemente inexplicable: Aquel ser prehistórico, que había vivido probablemente hacía un millón de años, había sufrido una enfermedad mental. Y a ambos lados del cráneo presentaba dos orificios de igual diámetro, que dejaron perplejos a los expertos. A juicio del profesor Mair, de Berlín, parecían los orificios de entrada y salida que dejaría una bala moderna.
El enigma que esto planteaba parecía insoluble. Alguien aventuro una hipótesis en verdad peregrina: ¿Y si el hombre de Broken Hill hubiese sido un fósil superviviente, muerto de un disparo por un cazador moderno? Esto aparte de ser absurdo; no explicaba, su presencia en una caverna que llevaba cerrada, al parecer, miles de años. Y ante este hecho la Ciencia se encogió de hombros…
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